Para las personas que ignoramos la tensión que conllevó vivir la guerra fría, allá por la década de los 50’s y 60’s, Dr Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb es una manera de entender lo caótico y desproporcionado que fue la pugna de dos ideologías radicalmente opuestas entre sí.
Claramente esta película es un sarcasmo a la realidad imperante por esos días, aunque su trama no deja de reflejar la pavorosa realidad que sumergía al mundo por ese entonces.
Su director, Stanley Kubrik, es uno de esos directores que pese a contar con el apoyo de los grandes estudios siempre tuvo esa libertad creativa que le permitió expresar su punto de vista sin ningún tipo de parámetro inquisidor. El paso de los años hizo apreciar que las películas de este realizador adquirirían pinceladas de obras maestras. Nombrarlas sólo confirmaría lo ya anunciado y por lo tanto, nada novedoso (a estas alturas quien no vió alguna de esas fabulosas películas que ya tienen el cintillo de clásicas: Espartaco, 2001: A Space Odyssey., Lolita, Full Metal Jacket, A clockwork Orange, entre tantas otras).
La trama encaja para la coyuntura de la época en que se filmó (1964): Un general norteamericano, encargado de un grupo de bombarderos continentales, enloquece y cree ver una inexistente infiltración soviética; sin conocimiento del presidente lanza sus bombarderos hacia territorio ruso. A partir de ahí la situación se vuelve tensa: el presidente norteamericano no sólo tratará de convencer a su colega ruso de que el ataque es un error, así como sus denodados esfuerzos por evitar que se active el dispositivo del juicio final.
Sus actores, encabezado por Peter Sellers, quien interpretaría tres de los personajes de esta trama, incluyendo mi favorito, el nefasto Dr. Strangelove (cómo olvidar su leal y autónomo brazo nazi) actúan a la altura de las circunstancias.
Por supuesto las escenas tan memorables y difíciles de enumerar (la pelea en la sala de guerra una de ellas por ejemplo).
Cómo no mencionar, para terminar, que el nombre de la películas es considerada cómo una de las más largas que se hayan empleado en películas alguna.
Obviamente disfrutarla hace pasar el mal sabor de los últimos bodrios a los que nos tiene acostumbrado Hollywood, que en vez de pensar con el cerebro lo hace con el bolsillo.
Claramente esta película es un sarcasmo a la realidad imperante por esos días, aunque su trama no deja de reflejar la pavorosa realidad que sumergía al mundo por ese entonces.
Su director, Stanley Kubrik, es uno de esos directores que pese a contar con el apoyo de los grandes estudios siempre tuvo esa libertad creativa que le permitió expresar su punto de vista sin ningún tipo de parámetro inquisidor. El paso de los años hizo apreciar que las películas de este realizador adquirirían pinceladas de obras maestras. Nombrarlas sólo confirmaría lo ya anunciado y por lo tanto, nada novedoso (a estas alturas quien no vió alguna de esas fabulosas películas que ya tienen el cintillo de clásicas: Espartaco, 2001: A Space Odyssey., Lolita, Full Metal Jacket, A clockwork Orange, entre tantas otras).
La trama encaja para la coyuntura de la época en que se filmó (1964): Un general norteamericano, encargado de un grupo de bombarderos continentales, enloquece y cree ver una inexistente infiltración soviética; sin conocimiento del presidente lanza sus bombarderos hacia territorio ruso. A partir de ahí la situación se vuelve tensa: el presidente norteamericano no sólo tratará de convencer a su colega ruso de que el ataque es un error, así como sus denodados esfuerzos por evitar que se active el dispositivo del juicio final.
Sus actores, encabezado por Peter Sellers, quien interpretaría tres de los personajes de esta trama, incluyendo mi favorito, el nefasto Dr. Strangelove (cómo olvidar su leal y autónomo brazo nazi) actúan a la altura de las circunstancias.
Por supuesto las escenas tan memorables y difíciles de enumerar (la pelea en la sala de guerra una de ellas por ejemplo).
Cómo no mencionar, para terminar, que el nombre de la películas es considerada cómo una de las más largas que se hayan empleado en películas alguna.
Obviamente disfrutarla hace pasar el mal sabor de los últimos bodrios a los que nos tiene acostumbrado Hollywood, que en vez de pensar con el cerebro lo hace con el bolsillo.
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