“Los años maravillosos” es una de esas series al cual el aplicativo “entrañable” no le hace verdadera justicia.
Estrenada en la señal abierta en la década de los 90’s, no le prestaría adecuada atención si no hasta mediados de la década, años en los que aún se transmitía pero el desenlace era harto conocido. La adolescencia por la que transitaba me hizo ver desde otra perspectiva el romance de Kevin y Winnie.
La historia era atrayente. Las aventuras entretenidas y frescas. Las actuaciones inmejorables.
Todas las historias poseían un mensaje en la que la voz del protagonista ya adulto, le confería un sabor único.
Sin embargo lo que más me cautivó fue la música que subrepticiamente nos inoculaban en cada capítulo. Visceral música de la década de los 60’s y principios de los 70’s.
Ya mi afición por el pop y el rock eran evidentes. Tanto así, que si una canción me gustaba, trataba de saber a quien pertenecía. Hecho poco probable por lo restringido de la facilidad de información que por aquellos días regían.
Por ahí uno de los amigos del colegio logró conseguir el CD oficial de la serie, pero seamos sinceros, era pobre. Además la selección no convencía.
Otro amigo que procedía de la costa, comentaba que no era un único CD, sino varios; juraba que había visto todo un stand de CD’s de la serie. Mínimo 10, con la cual daba por terminado el comentario.
Pero nada. Todavía reinaba el k-sett. Hacer una copia de calidad era utopía de iluso melómano.
Hubo que contentarse con el CD oficial, aunque para ser sinceros descubríamos a Nirvana, Stone Temple Pilots, Collective Soul, Pearl Jam y tantas bandas, por lo que nuestros oídos siguieron otros rumbos.
Tuvo que llegar el nuevo milenio para encontrar un CD, de esos piratas, que presentaban más canciones. Sin embargo ya conocía bastante de Dylan y los Rolling Stones acompañaban mis días de iluso vagabundo. La grandiosidad de los 60’s habían regresado.
Un floreado día una amiga logró conseguir la serie completa, eran varios CD’s pero la calidad era pésima. Algún avezado comerciante, de esos que nunca faltan, se le ocurrió grabar la serie de algún foráneo canal que la transmitía y la volcó al DVD. Su éxito fue inmediato. Ese día descubrí lo que algunas veces la añoranza se contenta con poco.
Estos contemporáneos días, con la facilidad que nos brinda la Internet, la generosidad y paciencia de un desinteresado internauta, pude conseguir por fin la ansiada colección de la música que tantos años atrás me habían encantado.
Así que mil gracias a “Centor”. Pues a veces aunque la espera pueda ser eterna, bien vale la pena.
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