Blanco elefante

Elephant presenta una trama cual piezas de “rompecabezas”, requiere de la paciencia y habilidad del espectador para ir montando de a poco, la tragedia que está por desencadenarse en un instituto norteamericano atiborrado de adolescentes, cada uno de los cuales con un microcosmos tan disímiles y sin nada en común con el resto de los personajes, que sin embargo se verán fusionados cuando la violencia se desate sin una razón aparente.

El director lejos de criticar a una sociedad en la que el consumo hace mucho la ha engullido, sólo se limita a mostrar los pormenores y quizá los triviales días de un conjunto de estudiantes en las horas previas a lo que se está convirtiendo en cosa cotidiana en tierras del inefable tío Sam: las masacres de estudiantes por estudiantes.

Por supuesto las explicaciones no son eje de la película (quizá Michael Moore y su estilo ácido y corrosivo sea el director indicado).

Elephant, dirigida por Gus Van Sant en el 2003, es una de esas películas que presenta peculiaridades tanto en la forma de emplear el lenguaje cinematográfico como en el aspecto visual, confiriéndole de esta manera un sabor único y por que no decirlo, irrepetible. Nótese los largos planos de las nubes otoñales en un atardecer que agoniza para volverse finalmente inexpresivo.

Puede tenerse la sensación que los largos y oscuros pasillos del instituto así como la secuencia de los personajes sean extensos y quizá excesivos, pero que sin embargo son necesarios para el final tan contundente y sin posibilidad de retorno.

Con la apariencia de un documental, Elephant no puede dejar indiferente, al contrario es el reflejo contemporáneo de una sociedad que quizá esté en franca decadencia.

No apto para espectadores acostumbrados a la virulenta acción de los éxitos pasajeros de taquilla.

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