añoranza dominguera


El reciente fin de semana, atendiendo consejos de mi médico de cabecera que sólo me atiborraba de extrañas pastillas de difíciles denominación para pronunciar (hubo una en especial que me dejó los nervios de punta hasta un estado de sensibilización espantosa, que mi hizo optar por dejar de tomarlas antes que la desesperación me embargara) visité a esos amigos entrañables con los que sabes que cuentas y por lo atribulado del trabajo no los puedes ver en un corriente día; con ese pretexto, aproveché cuando el domingo fenece y la densa oscuridad nos cubre para marchar en su búsqueda.

Al encontrarlos el diálogo desatado se centró en los amores perdidos, en esos amores contrariados, quizá común factor del cual nadie escapa muy bien librado.

Por supuesto el buen diálogo es un arte, en especial cuando se basa en los temas arriba mencionados. A veces espinosos y delicados, que sin embargo la confianza que la amistad entrañable otorga, le brinda un especial significado.

Lejos de ser anecdóticos, esas aventuras por así decirlo, de alguna manera encierran una gran enseñanza. Enseñanza que nos convierte en personas más sabias, más prudentes y más centradas.

Sin embargo, a veces, y sólo a veces, hay hechos en los cuales el raciocinio y la lógica no sirven para encontrarle una razón de ser. Quizá esos hechos mutan y se transforman en sucesos inexplicables en la que el destino como definición aunado a un atribulado corazón que se enreda en el tupiado de las posibilidades le da una matiz totalmente distinta a la que la lógica pretende explicar.

Lo mejor en esos casos, es no encerrarse en la negación, sino al contrario, aceptarlo. Reconocer que fue parte ineludible de nuestra vida, acontecimiento que marcó una época que por momentos añoramos y el tiempo inmisericorde no se llevará del todo. Y como un virus latente, aún habitará en los más oscuro de nuestro subconsciente, a la espera de un adecuado momento para brotar como flamante zarza misteriosa.

Asimilado esto, lo mejor es continuar, tomar un respiro y dejar que los muertos entierren a sus muertos.

Como bien lo define ese buen amigo “Que sucedan las cosas que deban de suceder”.

1 comentarios:

Abel dijo...

Hola Fatalista Encadenado. Creo que haces bien en dejar que tu espíritu se descargue de los demonios que lo encierran en esa jaula polimórfica (pues toma la forma de rencor, frustración, duda, desazón, etc.) en que solemos disfrutar masoquísticamente de nuestro soterrado sufrimiento. La verdad, los ríos van al mar, y aunque en el transcurso formen una laguna, al fin ésta también aliviará y discurrirá de todos modos al mar. Si ponemos un dique en algún lado es posible que sólo obtengamos un embalse que entorpezca (o incluso anule) el natural discurrir de las aguas que son nuestras vidas. Me parece una buena decisión. Saludos. :)