El pasado domingo, la muy noble y leal Huamanga careció de fluido eléctrico, privación según justifica la empresa que brinda el servicio, por mantenimiento de la eléctrica prestación. Vaya uno a saber lo certero de tal afirmación. No hubo televisión por cable ni mucho menos dosis de cotidiana internet.
Ante tal penuria, y ante un domingo excesivamente soleado opté por leer plácidamente una novela, novela que aguardaba más de un mes sin ser leído. En parte por que últimamente mis lecturas se remiten a libros técnicos más afines a mi carrera.
“Ensayo sobre la ceguera” del portugués José Saramango, desarrolla una trama bastante interesante: súbitamente la gente comienza a quedar ciega, una ceguera blanquecina como lo definen las atormentadas víctimas que caen contagiadas sin razón aparente.
Los primeros que sufren de este contagio son irónicamente los pacientes de un oftalmólogo, así como él mismo. Pronto el gobierno en su afán de evitar que se propague tan imprevista epidemia pone en cuarentena a las primeras víctimas, para lo cual se sirve de un antiguo sanatorio abandonado. Con las horas y los días el número de los afectados aumenta considerablemente, el ambiente se ve saturado y las complicaciones comienzan. No tardará mucho en volverse el padecimiento generalizado.
A lo largo de la historia la esposa del oculista, quien finge ser también víctima para acompañar a su marido, será testigo de cómo la sociedad se transforma en una caterva de mezquindad y egoísmo, quizá alegoría del mundo actual que nos rodea.
Lo resaltante de esta novela es el carácter anónimo de sus personajes, reconocidos a lo largo de la trama por su comportamiento y sus actitudes.
Ultimada la lectura, fue inevitable comprender que algunas veces no se requiere de sufrir tales padecimientos para comportarse de manera semejante, mucho más en nuestra nación tercermundista que adolece de valores morales.
En definitiva “Ensayo sobre la ceguera” es recomendable, en especial para esos domingos en la que la nostalgia anda desapercibida y las horas transitan pausadas y con la apariencia de ser eterna. Personalmente no es mi tipo de favorita lectura pero de cuando en cuando es bueno probar algo disparejo.
Ante tal penuria, y ante un domingo excesivamente soleado opté por leer plácidamente una novela, novela que aguardaba más de un mes sin ser leído. En parte por que últimamente mis lecturas se remiten a libros técnicos más afines a mi carrera.
“Ensayo sobre la ceguera” del portugués José Saramango, desarrolla una trama bastante interesante: súbitamente la gente comienza a quedar ciega, una ceguera blanquecina como lo definen las atormentadas víctimas que caen contagiadas sin razón aparente.
Los primeros que sufren de este contagio son irónicamente los pacientes de un oftalmólogo, así como él mismo. Pronto el gobierno en su afán de evitar que se propague tan imprevista epidemia pone en cuarentena a las primeras víctimas, para lo cual se sirve de un antiguo sanatorio abandonado. Con las horas y los días el número de los afectados aumenta considerablemente, el ambiente se ve saturado y las complicaciones comienzan. No tardará mucho en volverse el padecimiento generalizado.
A lo largo de la historia la esposa del oculista, quien finge ser también víctima para acompañar a su marido, será testigo de cómo la sociedad se transforma en una caterva de mezquindad y egoísmo, quizá alegoría del mundo actual que nos rodea.
Lo resaltante de esta novela es el carácter anónimo de sus personajes, reconocidos a lo largo de la trama por su comportamiento y sus actitudes.
Ultimada la lectura, fue inevitable comprender que algunas veces no se requiere de sufrir tales padecimientos para comportarse de manera semejante, mucho más en nuestra nación tercermundista que adolece de valores morales.
En definitiva “Ensayo sobre la ceguera” es recomendable, en especial para esos domingos en la que la nostalgia anda desapercibida y las horas transitan pausadas y con la apariencia de ser eterna. Personalmente no es mi tipo de favorita lectura pero de cuando en cuando es bueno probar algo disparejo.
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